Tengo ya un buen par de días en Argentina, obvio no puedo emitir una opinión aún sobre el ir y devenir de las personas en la ciudad, la verdad es que Buenos Aires, Capital Federal, es enorme, y yo vengo de una tierrita con 3 millones de personas apenas en donde todo mundo se conoce, aquí en la calle la gente poco ríe, es como que todo mundo está muy metido en sus cosas como para preocuparse por los demás. en Panamá pasa que el vidajena o curioso es como una personalidad alterna que a todos nos sale a flote de vez en vez.
Acá no, la gente anda en lo suyo, todo el mundo está preocupado por algo, concentrado en algo otro o simplemente metido en una cómoda búrbuja para evadir el caos citadino, ese hermoso caos que tienen las ciudades grandes que a donde mires hay muchas personas, todo está lleno, todo es masivo…todo es en grande.
En Buenos Aires las personas no están a la orden del día para que el turista o un extraño bien intencionado haga preguntas, y mucho menos esperes conseguir sonrisas en la calle como cosa habitual, como dice mi compa «el bonaerense reacciona al estímulo que tu le proporciones» y es cierto, lo he comprobado, si les sonríes entonces ellos sonríen, si estás nervioso ellos se ponen igual, no son melosos ni empalagosos como los caribeños ni andan fijándose en que pueden hacer por ti, pero eso sí, son educados y mucho.
En ese vaivén de acostumbrarme a la forma de ser de la nueva comunidad a la que perteneceré noté lo que muchos ya me habían advertido, la biblia de la ciudad es como un libro secreto que tienen los kiosqueros, sin importar género o edad, los kiosqueros siempre están dispuestos a ayudar, dispuestos a una buena plática y con una sonrisa, cada cual muy a su estilo, los más jovene suelen ser mas colgados, hablar más lento y a veces necesitan confirmar las indicaciones que te han dado, las mujeres por lo general están muy apuradas haciendo lo que hacen, y mientras te ayudan o responden tu interrogante continúan haciendo otras cosas, atendiendo a otras personas, pero, definitivamente el premio kiosquil, se lo llevan los hombres entre 45 y 70 años, son verdaderos oráculos citadinos, lo saben todo, desde como llegar del punto A al punto B, hasta las últimas noticias de cada barrio, por supuesto nunca pueden faltar las clases de historia.
Conversar con un kiosquero es una experiencia que todo mundo debe vivir, es divertido y es un muy buen primer pantallazo de la nueva ciudad en la que te encuentras, definitivamente esta ciudad no sería lo mismo sin los miles de puestitos de revistas y kioscos que hay a lo largo de sus calles, yo mientras me acostumbro al nuevo ritmo tengo seguro que siempre habrá algun kiosquero que pueda hacer de esta experiencia de caminar por las calles de bonaerenses sea más copada.