Un día noté que de el centro de mí salía un hilo, un hilo que parecía hecho del material más fuerte que pudo existir jamás, noté que había un hilo luego de desnudar mi alma y llorar tanto que se lavaron mis fachadas, lloré tan fuerte que se destruyeron mis muros, noté que había un hilo y decidí seguirlo, lo seguí por meses hasta que encontré donde me llevaba.
El hilo llevaba a tí, estabas con tus manos sobre él y habías recorrido un largo camino también, nuestras almas se encontraron antes de que nos miráramos a los ojos, un hilo indestructible, un hilo hecho del material mas fuerte que ha existido jamás.
Un día noté que el hilo se hacía débil, -¿cómo el hilo más fuerte del mundo puede hacerse débil?-, y entonces te ví, y me di cuenta de que no sonreías, tu mitad del hilo era más delgada y parecía que pronto iba a romperse, -¿que hago?- pensé,
-Si hemos caminado tanto para encontrar el otro extremo, si hemos soportado tanto antes de notar que un hilo hecho del material más fuerte del mundo salía del centro de nuestras almas, y que ese hilo nos unía, ¿cómo era posible que se hiciera débil?
Estaba tan lejos, tan distante, nuestras almas juntas pero mi voz no te tocaba, mis labios no te besaban y no había forma de despertarte, de alegrarte, al parecer íbamos a perder el hilo, y sabía que una vez roto nos íbamos a perder de nuevo.
Me puse a investigar, y aprendí que el hilo viene de fábrica, se alimenta de la voluntad, del amor y está puesto ahí para que lo encontremos y decidamos salir en búsqueda del otro extremo, es un juego de ese Dios en el que todos creemos, es su forma de divertirse y de comprobar que tan perfecto es el humano, que tanto está dispuesto a dejar la comodidad para arriesgarse y buscar el otro extremo.
Le pregunté directamente a Dios, ¿Por qué lo haces? y su respuesta fue una carcajada, bondadosa pero carcajada al fin y al cabo, me sentí burlada, pero luego de reír un rato Dios añadió: Seguir leyendo «Para un amor que está lejos»